Friday, May 14, 2010

Ni es lo mismo ni es igual

En una de esas visitas a México en nuestra vida de trotamundo, y recorriendo las calles del centro de la ciudad de Tijuana, me llamó la atención un pequeño restaurante ubicado en un boulevard cerca de la avenida Constitución. Noté en el negocio una decoración muy diferente a todos estos restaurantes que anuncian comida auténtica mexicana y que no son más que comida sureña americana de los estados fronterizos con los Estados Unidos. Lo más llamativo de la fonda era que los fogones estaban colocados cerca de donde estaban sentados los comensales. Usted podía ver lo que le estaban cocinando y a los observadores amantes del arte culinario le era fácil aprender a preparar esos ricos platillos mexicanos.


Pedí un steak ranchero al estilo del cocinero de la casa que me fue servido veinte minutos después. La carne vino acompañada de frijoles, ensalada verde compuesta de lechuga y rábano, tortillas hechas a manos y una hoja de nopal cocida colocada debajo del bistec. Una salsa hecha en un mortero servía de chimichurri ó aliño para mojar el manjar. ¡Que delicia!

Este es un ejemplo que tomo para explicar como las costumbres, entre ellas el uso de los sazones, se pierden cuando se emigra a otro país.

A nosotros nos enseñaron cuando chiquito que cuando alguien llegaba a la casa, sea quien sea, había que saludarlo. Nos enseñaron que los menores no escuchaban las conversaciones de los mayores, que había que acostarse como las gallinas y que los muchachos hablaban cuando estas orinaban. Eso se ha perdido en estas tierras. Usted llega a una casa y lo que recibe es una mala mirada de parte de los niños y adolescentes que haya en dicho hogar. Si usted le hace notar eso a los padres, ellos simplemente te dicen: “Ellos son así de sencillos, tú sabes, esos muchachos se crían aquí y pierden las costumbres.” A veces usted no sabe a quien es que hay darle la pela con un chucho hecho de ramas de guayaba, a los hijos o a los padres.

Hasta los nombres que se les pone a los niños nacidos en estos terruños son casos monstruosos. Kelsy, Diosaisis, Wyoming Kalamazoo, Dentífrico, entre otros nombres que ni los padres saben pronunciarlos, han invadido los árboles genealógicos hispanos. Usted ponía nombres inspirado en sus ancestros. Si tenía cuatro hijos varones, el primero se llamaría como usted. El segundo tendría los nombres de los dos abuelos. El tercero igual que el tío más querido y el cuarto se nombraría poniéndole de nombre el santo que correspondía el día en que naciera. Lamentablemente eso se ha perdido.

A nosotros nos enseñaron a ser hospitalario. Aquí nos cierran las puertas. Se nos adoctrinó a servirle al prójimo. En estas bellas tierras si pregunta por una calle y ésta queda a la derecha, te mandan para la izquierda.

La antigua anécdota del gringo y el campesino es más sincera. Por lo menos el agricultor fue honesto. En ella se encontraron un norteamericano y un campesino. El estadounidense se encontraba perdido en un campo por lo cual preguntó al campesino: “¿Puede decirme donde se encuentra el pueblo más cercano?” El paisano replicó: “No sé, señor.” “¿Dónde está la comisaría?” “No sé, señor.” “Pero, ¿cómo puedo conseguir un teléfono?” “No sé, señor.” “No sabe, usted no sabe nada, ¡es un ignorante completo!” “A lo mejor señor, pero no estoy perdido.”

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