Wednesday, December 23, 2009

Cosas y costumbres de nuestros viejos (Parte 2)

En Comunión
Por Issac Miguel
Cuando éramos muchacho y vivíamos en una de esas islas del Mar Caribe a las que Juan Bosch llamaba “Frontera Imperial”, ya para el mes de octubre, las brisas frías del norte auguraban la llegada de las navidades. Para nosotros era la época más feliz del año. Los puestos de frutas comenzaban a construirse en las aceras de las zonas comerciales y las emisoras de radio comenzaban a calentar la estación navideña con música de la ocasión.


Las manzanas y las peras colgaban en los ventorrillos junto a las uvas y pasas en racimo. Se vendía un surtido de navidad que consistía en nueces y frutas secas “emburujadas” con confitería hecha para el momento. El olor de estas frutas importadas se mezclaba con el de las frutas producidas en el país, naranjas, mandarinas, melones, sandías y guineos (plátanos) que también eran exhibidas en los tarantines.

Eran momentos de locuras para nosotros. Mi padre encargaba dos pavos para el día de nochebuena. Muchas personas nos preguntaban el por que mi padre compraba dos pavos y no uno que era suficiente para alimentar la familia en la cena. El problema era que a mi papá no le gustaba el pavo asado. El prefería el ave guisada acompañada de un arroz blanco.

Por lo regular, en muchos hogares no se cocina arroz para las navidades. La comida consistía en ensalada rusa hecha de papa, zanahoria, manzana, aceitunas verdes picadas, cebolla y aderezos.

Se preparaban pastelitos de pollo (empanadas rellenas de picadillo de pollo), quipes (croquetas de trigo molido rellenas de picadillo de res), cativías de yuca (empanadas de yuca rallada rellenas con carne), pan de huevo al que llamábamos “teleras”, pasteles en hojas (tamales de plátanos y yautía rellenos con carne de cerdo picada y envueltos en hojas de plátano.

El que come con la vista se llena rápido. Es que era difícil que uno cenara demasiado ya que la abundancia nos embobaba. A todo esto había que agregarle al estómago los ponches, cócteles y otras bebidas que se degustaban para tan memorable noche. Para cerrar con broche de oro el día de nochebuena, en mi casa preparaban un bizcocho de navidad elaborado con nueces, frutas secas y cristalizadas y algo de licor.

Los merengues de Félix del Rosario, Johnny Ventura y el Conjunto Quisqueya se debían de bailar. La salsa del Gran Combo y las plenas puertorriqueñas en las tertulias callejeras eran obligatorias. Todo era alegría. ¿Qué más puede pedir un muchacho en la edad del pavo?

Donde en verdad se comía era al día siguiente. Como desde pequeño me ha gustado madrugar y como bien lo dice el refrán “el que madruga Dios le ayuda” era por eso que siempre me tocaba la mejor carne. Como en esos tiempos el horno de microonda no existía, había que “añugarse” esos pasteles y empanadas frías. Eso no importaba porque la comida que se hacía en mi casa para navidades, era para nosotros, la mejor de la bolita del mundo.

No se imaginan lo rico que era un pedazo grande de pan en una mano y un muslo de pavo en la otra. En un plato higiénico nos esperaba un poco de ensalada, arroz del relleno del ave y un ramillete de uva. Eso era vivir la vida. En esos tiempos tampoco existía el colesterol (existía pero no se hablaba de ello), la caloría y la alta presión. Se comía sin límite.

En el diario vivir de hoy en día, no puede darte ese lujo. Para comer primero tiene que ver la tabla nutricional de cada alimento que te lleva a la boca. Todo tiene una regla. Que la carne de cerdo es mala, que la mayonesa también, que comer de noche no es bueno, que los frijoles causan gases inapropiados y que el pan de huevo sube el colesterol.

Con todas estas limitaciones, yo preferiría la comida de nuestros viejos.

Issacjmhotmail.com

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